domingo, 2 de noviembre de 2014


El dolor en las piernas, en la espalda, en los hombros.

El hambre, la sed.
El calor insoportable, el desmayo inminente, el sometimiento abyecto, el desespero indecible, la humillación, la miseria, el desarraigo.
Si abandonaban a medio camino, ¿sería aún peor su destino?
¿Qué tipo de castigo les esperaba?



Indios cargueros conduciendo un piano de Honda a Bogotá. José María Gutiérrez de Alba, Impresiones de un viaje a América,  1874. 
de: 
https://rondytorres.wordpress.com/tag/jose-maria-gutierrez-de-alba/


Como el tráfico comercial entre el puerto de Caracolí y la capital de la República es el más importante, empleándose en el transporte de mercancías como 5.ooo mulas y más de 2.000 peones cargueros de ambos sexos, indígenas en su mayor parte, a cada paso encontrábamos numerosas recuas cargadas con bultos menos delicados, mientras que los más frágiles eran conducidos en hombro de los indios, entre los cuales hay algunos que cargan con bultos enormes de un peso abrumador, que en poco tiempo los inutiliza.

De estos copiamos un grupo de indios que conducían un piano, y que encontramos en medio de un lodazal atollados hasta las rodillas. Aquellos pobres soberanos (porque aquí, como en todos los países democráticos, de nombre, el pueblo disfruta así de la plenitud de su soberanía), trepaban con toda la majestad posible por aquellas ásperas cuestas, haciendo uso de sus derechos individuales, y teniendo por remuneración algunos plátanos y un poco de chicha y de mazamorra; porque desposeídos de las propriedades que durante la colonia disfrutaban, no tiene ya otros recursos que sufrir como arrendatarios una esclavitud disfrazadas con el oropel de las libertades, que sólo para ellos no existen; emplearse en estos rudos trabajos, o morir de hambre en un rincón sobre el suelo feraz que para ellos reivindicaron sus libertadores.


Otro viajero, el argentino Miguél Cané, recuerda durante su viaje entre Guaduas y Bogotá:

Otra particularidad del Valle de Guaduas son las cañas que le han dado el nombre. Algunas alcanzan a mucho metros de altura, con un diámetro de 20 a 25 centímetros. Los indios las emplean, por su resistencia y poco peso, para hacer las parihuelas en que transportan a hombro todo aquello que no puede ser conducido por una mula, como pianos, espejos, maquinarias, muebles, etc.

Vamos encontrando a cada paso caravanas de indios portadores, conduciendo el eterno piano. Rara es la casa de Bogotá que no lo tiene, aun las más humildes. Las familias hacen sacrificios de todo género para comprar el instrumento, que les cuesta tres veces más que en toda otra parte del mundo. ¡Figuraos el recargo de flete que pesa sobre un piano; transporte de la fábrica de Saint-Nazaire, de allí a Barranquilla, veinte o treinta días, de allí a Honda, quince o veinte, si el Magdalena lo permite; luego, ocho o diez hombres para llevarlo a hombros durante dos o tres semanas! Encorvados, sudorosos, apoyándose en los grandes bastones que les sirven para sostener el piano en sus momentos de descanso, esos pobres indios trepan declives de una inclinación casi imposible para la mula. En esos casos, el peso cae sobre los cuatro de atrás, que es necesario relevar cada cinco minutos. A veces las fuerzas se agotan, el piano se viene al suelo y queda en medio del camino. (Miguel Cané, En viaje(1881-1882) [1] 



¿A quiénes debemos culpar por estas atrocidades? De Pitágoras a los monjes gregorianos, de De Arezzo a Cristofori, de Monteverdi a Mozart: ¿quién había previsto tales torturas? ¿Odiaba el indio carguero esa carga maldita? ¿Cuánto podía imaginar él acerca de la naturaleza o función de ese instrumento? Alguien había dicho que de ésos libros que también ellos transportaban, las mujeres de familias blancas se servían para hacer música europea. ¿Qué tipo de escritura era ésa? ¿Qué poder oculto o qué verdad profunda podrían yacer entre ésas páginas? ¿Qué música escuchan las almas que no vacilan en someter a los otros?

Cinco generaciones más tarde, ¿debemos maldecir mil veces a Beethoven y a Chopin por sus sonatas y baladas? ¿A Viena o a París por sus pianos? ¿Son las harmonías y las melodías europeas la maldición de nuestros hijos, el virus extranjero que se apoderó de nuestros orfeos, el arma invasora más letal, cuya sutileza colonizadora se haría sentir aún siglos después de la independencia?

El PianoMóvil también afrontará las vicisitudes del terreno. El calor, la expectativa de lo incierto. Pero ésta vez algo es diferente. Ésta vez, el sufrimiento de ningún ser humano estará de por medio. Ésta vez no hay humillación, no hay sometimiento, no hay colonia, no hay resentimiento, ya no más. Si quitamos al piano esas cosas ¿qué queda? Ninguna clase social es prioritaria, el concierto será para todos.

Si quitamos al piano todas esas cosas, ¿Qué queda?


Indio carguero entre Honda y Bogotá. José María Gutiérrez de Alba, 1874
Indio carguero entre Honda y Bogotá. José María Gutiérrez de Alba, 1874

¿Queda algo en ésa música para nosotros? ¿Qué une y qué separa las músicas propias y ajenas?  ¿Qué poder oculto o qué verdad profunda podrían yacer entre ésas páginas? Por las venas del músico corre también sangre de indio. Si esas preguntas pudieran hacerse alguna vez; si esas respuestas han de ser jamás exploradas, éste es quizá el momento de averiguarlo.




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